Bernardo, Pegalajar (Jaén)
Lo que hace unos años eran situaciones desconocidas, hoy nos llegan al
instante a través de la prensa, la radio, la televisión e Internet. Casi todos
los días escuchamos o leemos sobre las huidas desesperadas de los sirios en
barcos, trenes camiones o a pie, para llegar a una tierra que les permite una
vida digna. Hasta el punto que la gente se divide en dos, unos, a favor de
acogerlos; y otros, en contra, advirtiendo de una serie de peligros.
Mientras que en territorios no muy lejanos de Europa son asesinados cientos de
hombres, mujeres y niños, los europeos nos sentíamos seguros, y no pensábamos
que las consecuencias de la guerra nos pueden afectar. Los refugiados que se
ahogan en el mar por llegar a las costas europeas no dejaba de ser una noticia
de más de unos segundos. Sin embargo, la imagen de un niño muerto en la playa,
devuelto por el mar a nuestros pies, nos abre los ojos. Ya no es un ser sin
identidad, tiene nombres y apellidos. Y nos hace pensar: ¿Qué estamos haciendo?
¿Cómo no somos capaces de proteger al débil?
Europa los trata como si fueran objetos, llevándolos de un sitio a otro. Se ha
llegado a afirmar que, entre esos refugiados, hay integrantes del ISIS, y que
utilizan a niños para dar pena y que los acojamos. Por eso, hay una indecisión
en Europa sobre los refugiados.
Pero realmente, ¿podemos pensar que los sirios que recorren miles de km con sus
niños en los brazos es porque quieren remover las conciencias europeas? ¿O es
qué nuestras conciencias se quedan más tranquilas si no le abrimos las puertas
pensando que pueden ser terroristas?
El acoger refugiados que huyen de la guerra es un gesto de humanidad. El cerrar
las fronteras a los que huyen de la muerte es un gesto que no es propio de
nadie.
Si miramos hace muchos años atrás, nuestros abuelos, padres, tíos, fueron
acogidos en países extranjeros, con las mismas condiciones que antiguamente.
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